Cuando un gobierno autoritario decidió acabar con la Universidad y dejó una fuga de cerebros con consecuencias por décadas.
El 29 de julio de 1966, poco tiempo después de que se instaure la dictadura comandada por el general Juan Carlos Onganía, intervino las Universidades públicas y ordenó el desalojo violento de profesores, estudiantes, graduados, científicos y personal auxiliar en la jornada que se denominó La Noche de los Bastones Largos.
La prensa bautizó así a la represión llevada adelante por la Dirección General de Orden Urbano de la Policía Federal Argentina contra la comunidad educativa de diversas facultades de la Universidad de Buenos Aires, que resistían a la intervención del gobierno de facto para anular la autarquía de las universidades nacionales y su gobierno tripartito entre estudiantes, docentes y graduados.
Esta resistencia en las facultades fue reprimida a palazos por la policía, con epicentro en la Facultad de Ciencias Exactas, y estos hechos de violencia inició una migración masiva de investigadores, académicos y profesionales altamente calificados que trajo consecuencias devastadoras para el desarrollo científico del país.
Para el gobierno autoritario de Onganía, las Universidades Nacionales eran promotoras de ideas de izquierda, y anidaba la subversión. Bajo tal perspectiva, se creía necesario “extirpar” esa subversión.
Vale la pregunta ¿cuánto les incomoda a los gobiernos autoritarios los centros de pensamiento?
En algunos momentos, la incomodidad que les genera el pensar a los gobiernos es resuelta a los bastonazos, en otros con recortes presupuestarios.
En algunas décadas analizaremos la profundidad de las consecuencias de los actuales golpes.